-
Puedes ir un poco más rápido – le grita al conductor.
- Cariño
– le dice la mujer sentada al lado suyo –, tranquilízate. Aún estamos a tiempo.
-
Quedan veinte minutos para que empiecen las clases, eso no es llegar a tiempo.
La
mujer no le hace caso y sigue mirando el periódico, pero ella no puede
tranquilizarse, es más, la actitud de su madre la pone de los nervios. Mueve el
pie, impaciente. No entiende porque no puede ir un poco más rápido. Pero si el coche
puede superar los 80 km/h; además, el tráfico no es que ayudara mucho.
Seis
minutos más tarde el coche aparca delante de un portón abierto, por el que van
entrando jóvenes de diferentes edades. Siente ese nudo en el estómago, ya
familiar después de tantos cambios, que incrementa su nerviosismo. Baja del
coche con la mochila al hombro, su madre se reúne con ella, pero en vez de
entrar por el portón entran por una puerta situada a la derecha, al parecer por
él solo entran profesores.
“Ordenado”,
es lo primero que primero que piensa al traspasar la puerta, “demasiado
ordenado, pero claro es un colegio religioso, que se podría esperar”. Una mujer
situada detrás de un escritorio levanta la vista, les sonríe y se levanta.
-
Señora Martínez, el director la espera, si me acompañan.
-
Por supuesto.
La
mujer las dirige hasta otra puerta, la abre y un hombre de barba blanca, con
gafas y una sonrisa de oreja a oreja, las recibe.
-
Clara – dice con gratitud –, es un placer volver a verte.
-
Roberto, lo mismo digo.
Los
dos se abrazan y se dan dos besos en la mejilla.
-
Lamento mucho si te has tomado muchas molestias para aceptar a mi hija en tu
instituto.
-
No te preocupes, mujer. No ha supuesto ninguna molestia alguna, es más, el gran
expediente de tu hija ha aumentado la posibilidad de que entrara.
-
Me alegro.
-
Entonces tú debes de ser Amelia – dice dirigiéndose a ella.
-
Sí, señor.
-
Oh, no me trates de usted. Trátame de tú, por favor. Después de todo eres como
de la familia.
-
Preferiría tratarle de usted – dice cortante.
-
Amelia, no seas tan grosera – le amonesta su madre.
-
No importa, Clara. Es comprensible.
Su
madre y el director empiezan a hablar sobre la calidad del instituto y sus
actividades extracurriculares. Amelia hace oídos sordos, no quiere escuchar
nada de lo que diga, por el amor de Dios, solo quiere empezar las malditas
clases y largarse.
- Y
por último, quería comentarte que el instituto San Martín, tiene una actividad
de música.
-
Oh, no te molestes en comentarlo, a mi hija no le interesa.
Amelia
pone los ojos en blanco, su madre como siempre decidiendo por ella. Tiene 16
años, no 6. Pero no le dice nada, prefiere quedarse callada.
-
Pues si eso es todo, será mejor que le llevemos a su clase.
-
Perfecto, si me permites hablar con mi hija antes de irme, estaré encantada.
-
Claro.
-
Cariño – dice su madre una vez que el director ha salido –, se que no te gustan
nada los cambios, pero esto es por tu padre, lo entiendes ¿no?
Ella
solo se queda callada, no quiere escuchar nada.
-
Te prometo que este será el último cambio, ¿de acuerdo?
Silencio,
su madre suelta un suspiro y se levanta, Amelia también lo hace.
-
Me voy ya, Amelia. Espero que te vaya genial.
Se
acerca para darle un beso en la mejilla, pero ella aparta la cara. La mujer le
mira con ojos apenados, pero se recupera rápidamente. Le muestra una sonrisa y
se va a la puerta para abrirla.
-
Roberto, ya está.
-
Genial. Vamos, Amelia.
Ella
se sitúa a su lado y sigue al director. No se despide de su madre, después de
todo, ni siquiera es su madre.
El
corazón le va a mil por hora, le sudan las manos y empiezan a temblarle las
piernas. Sí, vale, ya está acostumbrada después de ¿cuántos? ¿Cinco? ¿Seis? Ya
ha perdido la cuenta, la cuestión es que después de tantos cambios, sigue
poniéndose nerviosa.
Pasan
por diferentes clases, cada una tiene una decoración diferente. En algunas las
mesas están puestas de dos en dos, con tres pares de filas en total, otras en
cambio, tienen cuatro filas individuales. Todo depende de lo largo que sea la
clase. En algunas hay corchos pegados en las paredes del fondo, otras en la de
la derecha y otras en la de la izquierda. Pero todas las mesas, incluida las
del profesor, son verdes y las sillas también.
“¿Cuánto
más tengo que caminar?” Está empezando a ponerse más nerviosa aún, han pasado
por 4 clases, y no se han parado en
ninguna clase. Y justo en el momento en el que va a preguntarle cuánto falta
para llegar a su clase, el director se detiene en seco. Ya han llegado.