viernes, 29 de marzo de 2013

Capitulo 3


Tira la mochila al suelo de su cuarto, está cansada. Cae de bruces en su cama y grita contra el colchón, se desahoga, deja escapar todo lo que ha vivido ese día y lo de otros días también. Golpea con los puños, en un arrebato de impotencia, y sin querer suelta unas cuantas lágrimas.
Se calma segundos después, se seca son el dorso de la mano, no quiere llorar más, ya lloró lo suficiente hace tiempo. Se levanta de la cama y se dirige a la puerta, sale de su cuarto y va hacia el salón. Cuando llega se sienta en el salón y enciende la televisión. Hace zapping durante unos minutos hasta que encuentra algo interesante, Castle. Cuando acaba el capitulo, la puerta de su casa se abre, entran dos niños, uno de 8 años y otra de 6. Entran al salón y se abalanzan sobre Amelia.
- ¡Amelia! – gritan cuando llegan a ella, empiezan a besarla, cada uno en una mejilla, ella se ríe y los aleja.
- Hola, pequeños.
Los dos se sientan en sus rodillas. Son sus hermanos, Christian de 8 años con el pelo castaño y los ojos verdes y Lorena, de 6, con los ojos castaños y el pelo rubio con mechas castañas.
- No somos pequeños, somos grandes – dice Lorena.
- Tú eres pequeña, yo soy grande – critica Christian con aire de suficiencia.
- No – la pequeña empieza a protestar, pero Amelia le tranquiliza abrazándole.
- Los dos sois mayores, cariño.
- Pues no, yo soy más mayor – Christian se baja de su rodilla y se aleja un poco ofendido.
- Él será mayo – le susurra a su hermana al oído –, pero tú sin duda eres mucho más guapa.
Lorena ser ríe y también se baja de su rodilla. Ve salir a la pequeña del cuarto y siente otros ojos que la observan, mira hacia la puerta y ahí está él, su otro hermano. Con el pelo rubio como su hermana pequeña pero los ojos verdes.
- Les mimas mucho, a pesar de…
- Cállate la boca, Arthur, si no quieres que te la calle yo.
- Vale, vale – dice levantando las manos –. Solo era un comentario, malo, lo reconozco, pero solo eso.
- Ya – vuelve a poner sus ojos en la tele. No quiere hacerle caso.
Pero su hermano sigue insistiendo, tienen la misma edad, diferente por meses, pero la misma. Se quieren, por supuesto. Pero ella no puede querer a algo que no existe.
- Ey – se agacha y le coge las manos - ¿estás bien?
- Sí, es solo que estoy cansada.
Arthur la mira a los ojos, la conoce y sabe que no solo está cansada, pero decide no hacer ningún comentario más.
- Y por lo visto también aburrida. Cambia esa serie, no me gusta nada.
- A mi no me gusta cuándo ves ese programa de lucha libre y no me quejo.
- Ah, pero hermanita, admite que los tíos que aparecen están buenísimos.
- No me molan los demasiado musculosos, me dan repelús.
- Ya, ya…
Se pican mutuamente, pero con cariño, sin herirse. La puerta de la entrada vuelve a abrirse, es su madre.
- Hijos, apagad la tele anda y ayudadme con las compras.
Ninguno de los dos rechista, se levantan y ayudan a su madre con las bolsas, hay tres y cada uno lleva una. Lo llevan a la cocina y lo dejan sobre la encimera, poco a poco sacan las compras y los meten en su respectivo sitio. El silencio inunda la cocina, ninguno tiene nada que decir, y si lo tienen no lo dicen. Son reservados desde hacer varios meses.
- ¿Y qué tal el primer día de clase, Amelia? – su madre es la que rompe el hielo que se ha convertido tan sólido como una viga de hierro.
- Bien.
- ¿Has entablado ya amistades?
- Solo llevo un día de clase, no sé qué esperas.
- Bueno, pues deberías ser más sociable, hija.
- Cómo quieres que sea sociable si, cada vez que entablo una amistad, a las pocas semanas estamos cambiando de ciudad.
- Amelia, ya hemos hablado de esto. Además te he dicho que por fin nos  hemos instalado en un lugar fijo.
- Eso mismo dijiste hace un año – murmura Amelia.
Ninguna de las dos se mira a los ojos mientras hablan, ninguna de las dos quiere. Es como si un grueso cristal hubiera crecido entre ellas y nada pudiera romperlo.
- Además, creo que los negocios de tu padre aquí en Zaragoza van muy bien, a pesar de la situación actual.
- Eso ya lo veremos.
Y sin decir nada más, Amelia sale de la cocina y vuelve al salón. Arthur se queda y observa a su madre terminar de guardar, cuando acaba, su madre se sienta en una silla y él la acompaña.
- No esperes que de la noche a la mañana ello lo olvide todo, mamá.
- No lo espero pero, por el amor de Dios, han pasado más de cuatro meses, sé que para ella es difícil, pero…
- Mamá – le interrumpe su hijo –, dale más tiempo. La conozco, sé que acabara acostumbrándose.
- Pero lo que yo me pregunto Arthur, es si algún día ella nos perdonara.
- No tiene nada que perdonarte a ti, mamá. Y si lo tiene, créeme que lo ha hecho aunque no lo haya dicho.
Y es que nadie la conoce mejor que él mismo, o ¿puede que alguien llegue a comprenderla mejor?

viernes, 1 de marzo de 2013

Capitulo 2


- Quédate aquí fuera, cuando te llame entras ¿entendido?
- Sí.
El director entra en el aula, el bullicio que escuchaba antes de entrar cesa de golpe. “Todos tienen respeto al amado director” piensa Amelia. Pero una cosa es que delante se muestren respetuosos y otra muy distinta que hablen mal a sus espaldas, como viene a ser normalmente.
- Amelia, ya puede entrar – le dice el director interrumpiendo sus pensamientos.
Amelia entra con paso decidido y con esa sonrisa que ha practicado tantas veces delante del espejo, una sonrisa excesiva pero no demasiado. Como dice ella misma, más puede llegar a ser enorme.
- Chicos y chicas de 4º F, os presento a Amelia Sánchez. Espero que la tratéis como es debido, ¿eh? Amelia, este es tu profesor de matemáticas que también será tu tutor a lo largo del curso.
- Hola, Amelia. Encantado de conocerte. Soy José Martínez – le dice ofreciéndole la mano. Se la estrecha y da una leve sacudida.
Es un hombre joven, de alrededor 35 años, no sabría decirlo. Rubio y alto. Jamás en su vida había conocido a un profesor de matemáticas joven, siempre eran viejos y de una edad ya avanzada.
- Bueno, Amelia, te dejo con José. Adiós – le inclina la cabeza al profesor y se va.
- Amelia, te sentaras en la fila de la ventana, en la quinta fila, ¿te perece bien?
- Sí.
Se acomoda la mochila y se dirige a su asiento. Durante todo el camino varios ojos la observan. “Oh”, piensa, “meteos en vuestros asuntos y mirad hacia delante, maldita sea. No estaré aquí mucho tiempo, tranquilos.” Finalmente llega a su asiento, deja la mochila al lado de la mesa y se sienta. No paran de mirarla, bueno, vale, no todos la miran. Algunos simplemente han aprovechado la ocasión para sacar el móvil, pero aún así se siente incómoda.
- Chicos, dejad de mirarla, que la estáis poniendo nerviosa – interviene el profesor.
Dejan de mirarla, lanza un suspiro de alivio, no le gusta que le miren, se pone demasiado nerviosa, le sudan las manos y las piernas no le funcionan de la misma manera. El profesor de matemáticas empieza a hablar sobre el nuevo curso, que si es importante, que si no deben distraerse… Pero ella no lo escucha, es la misma historia de todos los años. Probablemente solo durará unos meses hasta que vuelvan a cambiarse de ciudad.
Y aunque ella no lo sepa, ese año no será lo mismo, probablemente alguien cambiara su vida, y ese alguien está a solo unas mesas de ella.

Suena la sirena que indica el final de esa clase, el profesor comenta algo sobre una reunión de padre, pero nadie le escucha, cuando se va cierra la puerta tras de sí, y en ese momento todos vienen hacia ella. Empiezan a saludarla, les devuelve el saludo pero empiezan a agobiarle, algunos le preguntan su nombre, se lo dice, responde a todas las preguntas; mira por la puerta suplicando que por favor el próximo profesor llegue pronto. En ese momento, un chico con el pelo rapado por los lados y en forma de cresta, empuja a todos para hacerse pasar.
- ¡Eh! – dice el chico – Nueva, acaparas atención ¿eh?
- Eso parece.
- Bueno, a lo mejor juntos acapararíamos mucho más – dice con una sonrisa burlona.
Está a punto de contestarle, pero una carcajada la interrumpe y todos giran sus cabezas hacia una persona sentada detrás de ella que hasta ese momento no sabía que estaba ahí.
- ¿Qué pasa, gafas? – dice el de la cresta – ¿Te parece gracioso lo que he dicho?
Se da la vuelta y observa a la chica. Lleva gafas, pero no es eso lo que le sorprende, sino el hecho de que tenga unos ojos azules, sería guapa si se maquillara un poco, y la ropa tampoco ayudaba en su aspecto. En cambio su sonrisa es de supermodelo; entre las manos tiene un libro.
- No, solo me reía del un personaje del libro.
- ¿A si? – dice, entonces le arrebata el libro de las manos, y se aleja con él.
- Oye, devuélvemelo – lo reclama, pero no le escucha, todos empiezan a reírse, porque cada vez que ella consigue atraparlo él la elude.
- ¿Lo quieres, gafas? Pues ven a por él.
En ese momento entra el profesor y todos vuelven a su sitio menos el de cresta y la de gafas. El chico le lanza el libro, pero ella no consigue cogerlo y cae al suelo, a sus pies. Amelia se agacha y se lo da, la chica le dice gracias.
- ¿Qué está pasando aquí?
- Nada – dicen todos al unísono.
Se queda sorprendida, al parecer nadie dice nada, ni siquiera la propia víctima, pero supone que es por algo así que tampoco dice nada.
- Bien, pues empecemos la clase.
Todos protestan, algunos se quejan porque al ser el primer día no deberían hacer nada, pero el profesor les ignora. Se presenta, es el profesor de historia, Ramiro Martínez.
- Pues una vez que nos hemos presentado, empezamos con el tema. Id todos a la página 10.
Vuelven a protestar, pero él no les hace caso. Y empiezan el tema 1.